Boceto de un recorrido


Siempre he tenido una relación especial con la pintura, desde niño. Las primeras creaciones que siento mías, por el año 1991 (tenía veinte años) eran bodegones imaginarios y figuras extrañas que recordaban a insectos o alienígenas. En los años de estudio en la Facultad de Bellas Artes me vi muy influenciado por el surrealismo más a contracorriente, las fases primeras de Miró, y sobre todo Paul Klee, que considero mi primer maestro en pintura. Me interesó entonces enormemente la cultura y literatura alemanas, especialmente el romanticismo. Novalis, Hölderlin, Rilke. La música de Bach me ha acompañado siempre mientras pinto. Picasso fue otra de mis referencias principales, y los antiguos que miro como si fueran contemporáneos, principalmente Vermeer, Zurbarán, Ribera, Rembrandt, Piero de la Francesca y Giotto.

En 1995 pasé por una grave crisis personal que me llevó a crear la serie de dibujos Recolección. Me autoimpuse dibujar solo con lápiz negro sobre papel, en formato DIN-A4. Durante meses me dediqué concienzudamente a estos dibujos, como un monje en su celda. Cada uno de ellos me exigía varias horas de trabajo, surgieron unos 300 dibujos que ordené en series. Sentía que estos dibujos me salvaban de mi soledad y mi desesperación. Los vivía como si fueran objetos encontrados, como realidades psíquicas autónomas que hubiera hallado en mi mente y se hubieran solidificado en papel y grafito. Dibujarlos me conectaba con un estado de silencio contemplativo. La serie Recolección creció incorporando otras técnicas (manteniendo el formato original y el negro sobre blanco), y posteriormente estos seres extraños crecieron hacia dibujos de gran formato sobre papel, en negro y después en color (Automandalas y Automandalas negros), que serían las obras de mi primera exposición individual. Sentí que había encontrado mi fuente de inspiración como artista. Estos seres figurativos aunque no reales que surgían con tanta facilidad de mi mente comenzaron también a poblar las pinturas.

Lo que define esta época (Período Blanco) es que surgía directamente del dibujo, caracterizado por un realismo de precisión acerca de objetos no reales que se desplegaba desde la austeridad, la neutralidad emocional, el espíritu científico y el aislamiento en cuanto a la ausencia total de fondo. Son figuras suspendidas en el blanco, en la nada. Todo mi interés desde que me di cuenta de la falta de lugar físico era poder arraigar estas figuras en algún tipo de fondo, sin embargo me sentía incapaz de ofrecerles un lugar donde apoyarse sin desvirtuarlas, y su único espacio posible era entonces la relación precaria que comenzaba a aparecer entre ellas. Se trata de seres orgánicos y mecánicos, entre algo surgido del fondo del inconsciente y el objeto natural encontrado. En esta época estaba muy influenciado por la obra de los ochenta y noventa de Luis Gordillo, y también por Marcel Duchamp y Francis Picabia.

Sentí que se agotaba el Período Blanco cuando necesité concretar mis formas o seres hacia figuraciones más “mundanas” o cercanas a la realidad cotidiana. Es como si hubiera quedado encerrado en un mundo propio con el Período Blanco, que era mi refugio y me salvaba, pero al mismo tiempo me dejaba aislado del contacto con los demás. Sentí que esos seres que pintaba que para mi eran tan reales, sin embargo parecían no llegar al espectador, o yo sentía que no eran percibidos con esa entidad que yo experimentaba al crearlos. Quería que fueran acogidos por la mirada externa tal como yo los acogía, pero esto parecía no suceder y me quedaba solo y frustrado. Necesité salir de mi mundo interior y busqué en la fotografía un medio que me aproximara al mundo concreto e hiciera mi trabajo más comunicable o comprensible. Seres humanos empezaron a poblar los cuadros, al principio solo partes de sus cuerpos (un pie, una mano, media espalda...) que entraban cautelosamente en la pintura, más tarde cuerpos enteros (Series Magma y Escenarios). Parecía estar encontrando un lugar exterior donde ubicar mis realidades internas, pero al mismo tiempo me sentía divagar y perderme en círculos, como si por el camino hubiera olvidado o dejado de valorar algo muy importante del anterior período y no supiera cómo integrarlo o recuperarlo; y a la vez lo nuevo, aunque más humano, no acababa de estar vivo y ser real. Quizá era demasiado humano, como titulé uno de los cuadros importantes de ese período. (Período Laberintos).

Al mismo tiempo que se daban estas circunvalaciones y exploraciones con la figura humana, especialmente el desnudo (siempre me ha gustado jugar con los géneros clásicos de la pintura), seguía creando esos seres que empezaron en Recolección, y que del gran formato de dibujo naturalmente tomaron forma tridimensional, como esculturas-relieves de pared o suelo. (Período Simetrías). La búsqueda de un lugar para ellos me llevó a considerar el propio espacio físico como su lugar natural de crecimiento, y eso me conectó con la escultura. Sin embargo, aunque desplegados en el espacio físico, parecían seguir aislados dentro de mi, imposibles de relacionar con mi otra realidad más humana, mi mundo cotidiano del deseo y el miedo que se representaba en los cuadros más figurativos.

El interés por la figura humana me llevó hacia el retrato (genero clásico de nuevo), y los desnudos pasaron a ser cuerpos vestidos, y a ser personas reales de mi entorno, que pintaba en sesiones de posado bastante breves y luego completaba en mi estudio. Pintar del natural me conectó con mis años de estudiante, y también con una relación muy directa con mis modelos, y con la propia realidad vivida como belleza. (¿hay algo más bello que un rostro humano? ¿existe un acto artístico más revolucionario que tratar de captarlo con medios materiales? ¿Y cómo representarlo sin repetir los modos aprendidos?). Las personas que posan para mi se sienten a menudo conmovidas y transformadas al verse retratadas, como si la pintura desvelase aspectos personales profundos que guardaban en la sombra (de otro modo mi trabajo como arteterapeuta ayuda también a desvelar, integrar y aceptar los aspectos en sombra de mis pacientes). A la vez que se daba esta necesidad de los retratos, sentía que esos humanos retratados no podían estar solos –no sentía completo que fueran solo ellos- sino que tenían que ir acompañados de los otros seres no humanos, que más tarde llamé presencias, que habían estado desde el principio en todas mis creaciones.

Conscientemente he investigado en esta última etapa de mi trabajo artístico la colisión entre dos realidades: la que representan los retratos (Humanos) y la que presentan los otros seres o formas abstractas (Presencias). Representar y presentar no son términos casuales para definirlos. Siento que cuando represento estoy revisitando unas formas de construcción pictórica de la realidad que existen desde hace siglos, mientras que cuando presento aparece una realidad que viene a mi y por la que soy guiado. Ya no hay autor, solo hay presencia de ser.

Un amigo me dijo hace unos meses que tal vez yo coloco en mis cuadros a personas al lado de presencias para que éstas últimas puedan ser recibidas y asimiladas desde dentro de un entorno humano, ya que si vienen solas –aisladas- son demasiado intragables. Es posible que tenga razón. Quizá todo mi camino es hacer coincidir estos dos planos de existencia, o mostrar que ambos son posibles y siempre conviven unidos, aunque no lo veamos, o incluso son lo mismo. Puede que todo el loco propósito sea poder ver lo que no puede verse, y comunicar lo que es incomunicable pero necesita ser mostrado.